El cuerpo humano carece de un mecanismo especializado para el almacenamiento de proteínas. Esto se debe a que las proteínas cumplen funciones principalmente estructurales, enzimáticas, inmunológicas y de señalización, en lugar de actuar como reserva energética. Las proteínas corporales se encuentran predominantemente en el tejido muscular y en órganos funcionales, lo que implica que su catabolismo conlleva un deterioro directo del tejido corporal (Murray et al., 2023).
Durante el ayuno prolongado, una vez agotadas las reservas hepáticas de glucógeno y movilizadas las grasas, el organismo recurre al catabolismo proteico para generar aminoácidos gluconeogénicos y mantener la glucemia. Este proceso implica proteólisis del músculo esquelético, lo que compromete la masa magra y puede afectar funciones vitales si se prolonga (Guyton & Hall, 2021).
En condiciones patológicas como el cáncer o la caquexia, se produce un aumento del recambio proteico asociado a un estado catabólico exacerbado, mediado por citocinas inflamatorias como el factor de necrosis tumoral alfa (TNF-α) y la interleucina 6 (IL-6). Esta situación induce sarcopenia, debilidad funcional y reducción de la capacidad inmunológica, lo que agrava el pronóstico clínico (Argilés et al., 2014).
En consecuencia, la ausencia de depósitos proteicos representa una limitación fisiológica frente a estados hipercatabólicos, ya que el cuerpo debe degradar estructuras esenciales para suplir las necesidades metabólicas, lo cual tiene importantes implicaciones clínicas.