Hablar del currículo en educación es, para muchos, hablar de una lista de temas a cubrir, un conjunto de contenidos secuenciados por grados. Pero esta visión es limitada. El currículo es también un instrumento de poder, una herramienta con la que una sociedad decide qué saberes son válidos y cuáles se excluyen.
Como señala Gimeno Sacristán (1992), “el currículo es una selección cultural, y como tal, nunca es neutro. Siempre representa una opción entre muchas posibles” (p.34). Esta afirmación nos invita a pensar que cada decisión curricular construye o margina realidades, silencia voces o las amplifica.
En este sentido, el currículo no solo organiza la enseñanza; también configura subjetividades. La escuela no transmite únicamente conocimientos: transmite valores, formas de ver el mundo, estructuras de pensamiento. Freire (1997) lo expresa de manera contundente: “La educación no cambia el mundo, cambia a las personas que van a cambiar el mundo” (p.69). Por ello, el currículo debe diseñarse no solo desde una lógica técnica, sino también ética y política.
Además, no se puede ignorar que el currículo opera como una narrativa. En él se cuenta una historia: de dónde venimos, qué valoramos, hacia dónde queremos ir. En el currículo ecuatoriano, por ejemplo, el reconocimiento de saberes ancestrales y el plurilingüismo aún son desafíos pendientes, a pesar de que la Constitución del Ecuador reconoce al país como plurinacional e intercultural. Es decir, hablar de la importancia del currículo no puede reducirse a su papel organizativo o técnico. Se trata de una herramienta que, bien utilizada, puede ser transformadora, pero que también puede reforzar desigualdades si no se diseña de manera crítica e inclusiva.
Referencias Bibliográficas
Freire, P. (1997). Pedagogía de la autonomía. Siglo XXI.
https://www.sociales.unlz.edu.ar/wp-content/uploads/2024/08/Politica-y-Legislacion-Educativa.pdf
Gimeno Sacristán, J. (1992). La teoría y la práctica del currículo. Akal.