En lo personal, creo que sí valdría la pena que España y la Iglesia Católica ofrecieran una disculpa por lo que ocurrió durante la Conquista. No porque eso vaya a cambiar lo que pasó hace siglos, pero sí como un gesto de reconocimiento hacia los pueblos que sufrieron violencia física, despojo y humillación. A veces, un simple “lo sentimos” puede tener un valor enorme cuando viene desde algo que es sincero.
Es verdad que cientos de muertes fueron causadas por enfermedades traídas desde Europa, cosas que en ese momento nadie entendía ya que era algo desconocido. Pero también hubo abusos muy fuertes y concretos como: trabajos forzados, castigos, imposición cultural. Muchas comunidades indígenas fueron tratadas como si no tuvieran valor alguno, como si su forma de vivir, su idioma y sus creencias, no importaran. Y eso dejó heridas que, en algunos casos, aún con el paso del tiempo no llegaron a cerrar del todo.
Aun así, también es cierto que, en comparación con otras conquistas, como la inglesa, aquí no hubo exterminio sistemático. Al contrario, hubo mezcla, hubo resistencia, hubo adaptación. Hoy en día, muchas de nuestras tradiciones, comidas, lenguas y formas de ver el mundo son fruto de ese mestizaje. Eso también hay que reconocerlo.
Entonces, ¿una disculpa para qué? No para repartir culpas, ni para volver al pasado con rabia. Más bien, para poner en palabras lo que tantas veces se ha callado. Para que los descendientes de quienes fueron conquistados sepan que su historia importa, que lo que vivieron no fue de poca importancia. Y también para que todos, como sociedades, podamos avanzar con más conciencia de quiénes somos y de dónde venimos.
En el fondo, se trata de respeto. De humanidad. A veces, mirar el pasado con empatía es el primer paso para construir un futuro más justo.