El cuerpo humano no almacena proteínas de manera específica como lo hace con los carbohidratos (en forma de glucógeno) o los lípidos (como triglicéridos en el tejido adiposo). Esto se debe a que las proteínas no están diseñadas como fuente primaria de energía, sino que su función principal es estructural y funcional: componen músculos, enzimas, hormonas, anticuerpos y receptores, entre otros elementos fundamentales para la vida celular.
Los aminoácidos, unidades básicas de las proteínas, circulan en una reserva pequeña llamada “pool de aminoácidos”, utilizada para la síntesis constante de nuevas proteínas. Sin embargo, este pool no equivale a un “depósito de reserva”. Si el organismo necesita energía y no hay glucosa ni lípidos disponibles —como ocurre en el ayuno prolongado—, se ve obligado a degradar proteínas estructurales, especialmente del músculo esquelético, para obtener sustratos energéticos. Esta situación es insostenible a largo plazo, ya que compromete funciones vitales y provoca pérdida de masa muscular.
En enfermedades como el cáncer o la caquexia, esta degradación proteica se acelera debido al estado inflamatorio y al aumento del metabolismo basal. Como el cuerpo no puede “extraer” proteínas almacenadas, se deteriora rápidamente. Por eso, el abordaje nutricional y terapéutico debe enfocarse en preservar la masa magra y evitar el catabolismo excesivo.
BIBLIOGRAFÍA:Ferrier, D. R. (2018). Bioquímica ilustrada de Harper (31.ª ed.). McGraw-Hill Education.