Las culturas urbanas muestran el surgir de grupos de jóvenes que muestran una identidad colectiva, sin dejar de expresar sus particularidades frente a una sociedad denominada unidimensional (Marcuse) —donde todos están homologados bajo el poder de los mensajes televisivos, el consumismo y el conformismo.
Este fenómeno tiene tanto un valor pedagógico como social importante:
Valor pedagógico:
Ayudan a que los jóvenes sean sujetos críticos, reflexivos y autónomos frente a un modelo que los uniformiza.
Posibilitan el aprendizaje de nuevos códigos, nuevos espacios de expresión y nuevos vínculos sociales que muestran que el otro es alguien diferente pero valioso.
Fomentan el pensamiento reflexivo, el debate de ideas y el encuentro interpersonal, aumentando así el capital cultural de los grupos.
Son espacios formativos donde los grupos aprenden a participar, a organizarse, a hablar en nombre de ellos mismos y a buscar soluciones a sus problemas en un contexto más amplio que el institucional.
Valor social:
Rompen con el paradigma de que todos sean iguales, aumentando así el pluralismo y el reconocimiento de diversidad en el entorno social.
Combaten el miedo hacia el otro, el extraño, que suele llevar a estigmatizar y excluir, aumentando así el odio y el debilitado de los vínculos sociales.
Contribuyen a formar nuevos espacios de encuentro, tolerancia y comprensión, fortaleciendo el tejido social.
La diversidad de grupos proporciona nuevos modelos de convivencia más democráticos, más abiertos y más solidarios.
en definitiva, las tribus o culturas urbanas muestran que el cambio social proviene de grupos que muestran nuevos espacios de diversidad, encuentro, expresión y rebeldía frente a un orden vigente, ayudando así tanto en el aprendizaje de nuevos saberes como en el fortalecimiento de los vínculos sociales en el siglo XXI.