No es bueno ser conformista, porque aunque a veces parezca una actitud cómoda o incluso “madura”, en el fondo puede ser una forma de rendirse sin haber intentado cambiar lo que nos hace daño o nos limita. Aceptar una vida que no nos satisface, relaciones que nos apagan o condiciones sociales injustas solo por miedo al cambio o a lo desconocido, es negarnos la posibilidad de crecer y de vivir con plenitud. Ser inconforme no significa vivir quejándose de todo, sino tener el valor de preguntarse si lo que tenemos es realmente lo mejor que podemos alcanzar o simplemente lo que nos han enseñado a aceptar. La inconformidad, cuando se convierte en acción, es una herramienta poderosa para transformar nuestras vidas y también la sociedad.