La frase de Octavio Paz, “La poesía no es nada, sino tiempo, ritmo perpetuamente creador”, me hace pensar que la poesía es más que palabras bonitas; es una emoción que se mueve dentro de nosotros, que tiene vida propia. El tiempo no es solo el paso de los días, sino ese instante en el que un verso nos toca el corazón y deja una marca profunda. El ritmo no es solo sonido, sino el modo en que la poesía respira, nos acompaña, nos consuela o nos sacude. Es una forma de ver lo invisible, de decir lo que muchas veces callamos. Nace de lo más íntimo y se vuelve un reflejo de lo humano. La poesía no es estática, cambia, se transforma, se reinventa. A veces nos da respuestas, otras veces nos llena de preguntas. Y aunque parezca frágil, tiene la fuerza de lo que permanece en el alma.
Creo que la poesía logra trascender porque habla desde lo más profundo del ser humano, de aquello que no cambia con el tiempo: los sentimientos, los miedos, los anhelos. Aunque hayan pasado siglos, un poema puede hacernos llorar, pensar o recordar, como si hubiera sido escrito para nosotros. La poesía no envejece porque cada persona que la lee le da un nuevo sentido, una nueva voz. Sobrevive porque hay corazones que aún saben escucharla. Es como una luz tenue que nunca se apaga, que se mantiene encendida mientras alguien la lea con el alma abierta. No necesita explicarse del todo, basta con sentirla. Vive en el silencio que deja después de haber sido leída. Y por eso, sigue viva, porque nos sigue hablando, generación tras generación.