Después de la conquista del Imperio Inca, todo parecía indicar que los conquistadores españoles vivirían una vida de gloria y riquezas. Pero en lugar de paz, lo que siguió fue una serie de conflictos violentos entre ellos mismos. Esta es la historia de cómo los propios conquistadores se enfrentaron entre sí por el poder, el oro y el control del Perú.

Todo comenzó con una promesa rota. Francisco Pizarro y Diego de Almagro habían sido socios en la conquista, pero tras el éxito, las cosas se complicaron. Pizarro recibió más privilegios de la Corona española, dejando a Almagro con menos de lo que sentía merecer. El Cusco, una ciudad clave, se convirtió en el principal punto de disputa.

En 1538, estas tensiones estallaron en la Batalla de las Salinas, donde las fuerzas de Pizarro derrotaron a las de Almagro. El resultado fue trágico: Almagro fue capturado y ejecutado. Pero la sangre no dejó de correr. Tres años después, en 1541, un grupo de almagristas liderado por Diego de Almagro el Mozo asesinó a Francisco Pizarro en su propio palacio en Lima.

La Corona española decidió intervenir. Enviaron a Cristóbal Vaca de Castro, quien enfrentó y venció a Almagro el Mozo en la Batalla de Chupas. Con eso, parecía que la paz regresaría. Pero no fue así.

Gonzalo Pizarro, hermano del conquistador asesinado, se rebeló contra las Leyes Nuevas, que buscaban proteger a los indígenas del abuso. Lideró un nuevo levantamiento, pero fue derrotado en 1548 en la Batalla de Jaquijahuana, y ejecutado poco después.

Aún quedaba un último capítulo: en 1554, Francisco Hernández Girón encabezó otra rebelión contra las reformas impuestas por la Corona. Fue derrotado y ejecutado en la Batalla de Chuquinga.

Después de años de traiciones, batallas y ambición desmedida, España finalmente consolidó su control directo sobre el Perú. En 1542 se estableció el Virreinato del Perú, y las guerras civiles entre los conquistadores llegaron a su fin. El sueño dorado de muchos terminó teñido de sangre.