Desde mi experiencia dentro del sistema educativo como estudiante y de las práctias de ibservación, he podido observar que como sociedad aún nos encontramos en un proceso  hacia la construcción de una verdadera interculturalidad. Aunque los discursos educativos y normativas reconocen la diversidad cultural del país, en la práctica predomina una visión homogénea del conocimiento, con escasos espacios para el reconocimiento profundo de las culturas originarias, sus saberes, lenguas y formas de aprender de cada cultura.

La estructura educativa, en muchos casos, sigue reproduciendo modelos eurocéntricos que priorizan una sola forma de ver el mundo, sin dar suficiente lugar a la pluralidad de voces que conviven en nuestras aulas. Aún persisten estereotipos, prejuicios y prácticas poco inclusivas que limitan una verdadera convivencia cultural. La interculturalidad suele quedarse en lo superficial celebraciones culturales o actividades puntuales, sin cuestionar las relaciones de poder que marginan a ciertos grupos.