Si los niños crecen sin una base sólida de valores, la sociedad enfrenta graves consecuencias a largo plazo. La ausencia de principios como el respeto, la honestidad, la empatía o la responsabilidad desde la infancia puede dar lugar a individuos con dificultades para convivir, tomar decisiones éticas y actuar con conciencia social. Esto se traduce en relaciones personales conflictivas, aumento de la intolerancia y la violencia, así como una menor disposición a colaborar y construir en comunidad. Además, sin valores que orienten su conducta, las personas tienden a priorizar sus intereses individuales sin considerar el bienestar colectivo, lo que debilita el tejido social y la confianza entre los ciudadanos. La falta de una educación en valores también limita el desarrollo de ciudadanos críticos, responsables y comprometidos, indispensables para una sociedad democrática y equitativa. Por eso, inculcar valores desde la niñez no es solo una responsabilidad familiar y educativa, sino una inversión esencial para garantizar una sociedad más humana, justa y solidaria.