Al ver el documental "El dilema de las redes sociales", me hizo reflexionar que estoy en un ciclo que me consume y me hace pensar que estoy viviendo, pero en realidad solo estoy escapando. Tenemos que reconectar con nosotros mismos. Nos muestra lo tan aferrados que estamos hacia aquellas redes, ya que pasamos una cantidad significativa de tiempo navegando en línea.
La adicción a las redes sociales es uno de los mayores problemas a los que se enfrenta la sociedad hoy en día. La necesidad constante de revisar el teléfono, las numerosas horas pasadas desplazándose sin cesar por el abismo de las aplicaciones de redes sociales, el nivel de preocupación que gira en torno a la vida de otros que no son uno mismo.
Muchas personas con las redes sociales lo utilizan como una herramienta para compararse con los demás. Comparándose con una vida que creen que nunca lograrán. Una vida que nunca fue real en primer lugar. Este sentimiento de inutilidad conduce a un estado deprimido y a una mayor comparación.
La necesidad constante de enviar mensajes de texto a otros en presencia de un ser querido. La falta de productividad. La preferencia de la comunicación virtual sobre las conversaciones cara a cara.
Las redes sociales pueden ser útiles en un uso limitado. Pero, lamentablemente, seguirá atrayendo a los usuarios a su trampa interminable.
Nos quita tiempo, promueve la procrastinación, afecta a nuestra autoestima, daña nuestros receptores de dopamina y de estímulos; los filtros crean caras que no tenemos. Afecta, como vemos, la sexualidad. Nos hace adictos a la atención y las interacciones. Crea un algoritmo para venderme específicamente lo que me interesa, nos satura de información y normaliza la envidia.
La verdad es que no estamos al tanto de los peligros que existen, pero es irónico que las redes sociales esten tan inmersas en nuestras vidas que se sienten incluso necesarias.
Es momento de voltear a verlas y juzgarlas como lo que son: un peligro para esta edad. Debemos cambiar de mente y así mismo ponernos límites.