Como seres humanos cambiantes y diversos, alcanzar acuerdos plenamente justos es un desafío constante, especialmente en el ámbito de la salud, donde nos regimos por normas que buscan el bienestar colectivo. El utilitarismo justifica decisiones difíciles para beneficiar al mayor número, mientras que la ética kantiana exige respetar la dignidad individual más allá de las consecuencias. La ética de la virtud y del cuidado recuerda que la compasión y la empatía son esenciales en la práctica clínica. Desde el principalismo, se exige equilibrar beneficencia, autonomía, no maleficencia y justicia, mientras que el existencialismo destaca la libertad y responsabilidad individuales. El pragmatismo impulsa soluciones adaptadas al contexto, y el contractualismo llama a establecer acuerdos que nadie pueda rechazar razonablemente, como ocurre en los contratos terapéuticos.
Personalmente, uno de los dilemas que más me confronta es el aborto, donde la autonomía de la mujer sobre su cuerpo a menudo se ve en tensión con normas sociales o legales. El utilitarismo puede justificarlo para evitar sufrimiento futuro, pero la ética kantiana plantea la necesidad de respetar la posible dignidad del feto. Desde el cuidado y la virtud, el acompañamiento emocional es prioritario; el principalismo obliga a considerar tanto la autonomía de la mujer como la no maleficencia; el existencialismo resalta su derecho a decidir auténticamente; y el pragmatismo y el contractualismo buscarían soluciones prácticas y acuerdos éticamente justos. Así, actuar éticamente en salud mental exige más que reglas: demanda humanidad, conciencia y responsabilidad profunda.