Desde sus orígenes, el ser humano ha presentado una necesidad intrínseca de comunicarse, pues la transmisión de información, ideas y experiencias han sido clave para su supervivencia, conocimiento y desarrollo social. Esta necesidad se expresa, según Montañés (2023), de forma elocuente desde las primeras representaciones rupestres, como los emblemáticos dibujos de la cueva de Altamira. Aunque no constituyen un antecedente directo del libro, sí figuran como una forma temprana de creación y difusión del conocimiento mediante imágenes. Ahora bien, la escritura de manera similar, se desarrolla a partir del impulso de representar las ideas de forma gráfica, buscando ser un medio duradero y transportable para conservar el conocimiento, mismo proceso que culmina en la creación del libro.
Desde esta perspectiva, los libros en la historia de la humanidad, han intervenido más allá de lo material, como aquellas fuentes vívidas de conocimiento, cultura y memoria colectiva, trasmitidas de generación en generación. Dávila (2024) destaca que la escritora Irene Vallejo, tanto en su ensayo El infinito en un junco como en sus diversas intervenciones, enfatiza la importancia de los libros al afirmar que “han sobrevivido a pandemias, guerras, saqueos y a la voracidad de los insectos; y siempre vuelven, resucitan, porque nos ayudan a comprendernos y a encontrar sentido en lo que vivimos” (p. 1). De tal forma, dichos ejemplares han otorgado consuelo y a la vez entendimiento, incluso en momentos de crisis, lo que refuerza ese aspecto positivo sobre el futuro del libro como aquel objeto esencial que no pierde su valor y función al brindar cierto acceso libre al conocimiento.
Asimismo, Vallejo (2019) resalta la capacidad de la lectura para conectar a las personas y fomentar la empatía, puesto que la literatura no solo es un refugio, sino también un medio para sanar heridas colectivas y construir comunidades. No obstante, no basta solo con saber leer, sino que es esencial saber comprender, porque este acto, es, ante todo, una forma de entender a la humanidad. En apoyo a esta idea, Millás (2000), citado por Lomas (2003), sostiene que "no se escribe para ser escritor ni se lee para ser lector. Se escribe y se lee para comprender el mundo " (p. 58). Además, la autora destaca que "la historia del libro es la historia de una transformación gradual” (Dávila, 2024, p. 1), lo que implica que la evolución de los formatos de los libros ha estado intrínsecamente ligada a los cambios sociales y culturales. Este proceso de democratización del acceso a la literatura ha permitido que las voces de diversas generaciones y contextos se enlacen, valorando la cimentación cultural de la humanidad.
Referencias Bibliográficas
Dávila, E. (2024). Irene Vallejo en la PUCP: "La lectura es una fuerza sanadora". PuntoEduPUCP. https://puntoedu.pucp.edu.pe/cultura/irene-vallejo-en-la-pucp-la-lectura-es-una-fuerza-sanadora-que-nos-permite-reconocernos-en-el-otro/
Lomas, C. (2003). Leer para entender y transformar el mundo. Enunciación, 8(1), 57-67. https://revistas.udistrital.edu.co/index.php/enunc/article/view/2478
Montañés, A. (2023). Érase una vez... La novela prehistórica y la prehistoria de la literatura. Salduie, 23(1), 7-29. https://papiro.unizar.es/ojs/index.php/salduie/article/view/8814
Vallejo, I. (2019). El infinito en un junco: La invención de los libros en el mundo antiguo. Siruela. https://acortar.link/kqEt0G