Desde mi punto de vista, la forma más eficaz de abordar los trastornos de personalidad de los grupos A y B implica poner el foco en la conexión con el terapeuta, pues mantener un vínculo terapéutico constante y entender cómo se relaciona el paciente son factores clave para avanzar.

En específico, con el grupo A, lo principal es crear un ambiente de seguridad y estabilidad que facilite la construcción de confianza poco a poco. Generalmente, se usan intervenciones más organizadas, centradas en tratar la desconfianza, el aislamiento y las ideas extrañas, y la terapia cognitivo-conductual adaptada suele ser de gran ayuda. Es igualmente importante trabajar habilidades sociales, y en el caso del trastorno paranoide, puede ser útil emplear la desensibilización sistemática para trabajar el temor a la crítica.

Para el Grupo B, donde resaltan la impulsividad, las emociones fuertes y las relaciones problemáticas, la terapia dialéctica conductual ha mostrado ser muy efectiva, sobre todo para el trastorno límite de la personalidad. Establecer límites, controlar las emociones y trabajar en la identidad son fundamentales.