En definitiva, enseñar álgebra va mucho más allá de enseñar a operar con letras o resolver ecuaciones. Es, ante todo, fomentar una manera de pensar más abstracta y general, que ayuda a los estudiantes a interpretar el mundo con herramientas matemáticas más potentes. Como señala Radford, el verdadero valor del álgebra radica en su capacidad para ayudar a los estudiantes a construir significado, reconocer patrones y establecer conexiones entre distintas representaciones. Por ello, una didáctica del álgebra bien orientada no solo fortalece las habilidades matemáticas, sino que también forma el pensamiento lógico y científico desde etapas tempranas.