Una vez, mi mamá llegó a casa muy cansada y molesta por algo que había pasado en su trabajo. Yo estaba a punto de contarle algo que me había pasado en el día, pero me di cuenta de que ella necesitaba hablar primero. Así que la escuché con atención, sin interrumpirla, y traté de mostrarle que me importaba lo que decía. Le hice algunas preguntas para entender mejor lo que sentía y la dejé desahogarse.

Al final, se sintió mucho mejor y me agradeció por escucharla. Luego, también se interesó por lo que yo quería contarle. Me di cuenta de que escuchar activamente no solo ayudó a que ella se sintiera bien, sino que también fortaleció nuestra relación como madre e hija. Fue un momento simple, pero muy valioso.