Una vez, un amigo del colegio estaba pasando por un mal momento y me buscó para hablar. Al principio no sabía qué decir, pero recordé lo importante que es escuchar con atención. En lugar de interrumpirlo o dar consejos rápidos, solo lo escuché con calma, mirándolo a los ojos y dejando que se desahogara. Cuando terminó, me dijo que se sentía mucho mejor solo por haberlo escuchado. Ahí entendí que, a veces, no hace falta hablar tanto, sino saber escuchar de verdad.
También me pasó en un trabajo en grupo. Al principio todos queríamos hablar al mismo tiempo y no nos poníamos de acuerdo. Pero cuando empezamos a practicar la escucha activa dejando hablar al otro, prestando atención y respetando las ideas el ambiente mejoró mucho y logramos organizarnos mejor. Al final, el trabajo salió excelente.
Estas experiencias me han hecho darme cuenta de que la escucha activa no solo ayuda a los demás, sino que también nos enseña a ser más pacientes, empáticos y mejores personas.