Me acuerdo que una vez una amiga llegó muy molesta porque había tenido un mal día. En vez de decirle “tranquila amiga, cálmate”, me quedé callado y la dejé hablar. La escuché sin juzgar ni dar consejos. Solo asentía con la cabeza y le mostraba que estaba ahí para ella. Al final me dijo: “gracias por escucharme, necesitaba desahogarme”. Ahí entendí que a veces no hay que decir mucho, solo saber escuchar. Me di cuenta de que cuando una persona está pasando por algo difícil, lo más valioso que puedes darle es tu atención. Desde ese momento trato de practicar la escucha activa con todos: mirar a los ojos, no interrumpir, y tratar de entender lo que sienten. Escuchar bien puede cambiar completamente la forma en que nos comunicamos y fortalece mucho las relaciones.