Una tarde, mi amiga me llamó muy angustiada. Había tenido una fuerte discusión con su mamá y se sentía incomprendida. En lugar de interrumpirla o intentar darle soluciones rápidas, decidí practicar la escucha activa.
Mientras hablaba, la miraba a los ojos, asentía con la cabeza y usaba frases como “Te entiendo”, “Debe haber sido muy difícil para ti”, y “¿Qué más pasó después?”. Le permití expresar todo sin juzgarla ni minimizar sus emociones. Al final, mi amiga me dijo: “Gracias por escucharme de verdad, solo necesitaba desahogarme.”