Federico García Lorca es un poeta admirable, a pesar de que no es ajeno a ciertos límites. Es un gran maestro de la combinación de la tradición andaluza y un lenguaje cargado de símbolos y de emociones. El paisaje andaluz le permite amoldar de una forma peculiar y con poca intensidad y con poco cuño temas como la muerte, el amor y otros. La discutible obsesión por la tragedia, por lo dramático, le resulta, a veces, excesiva, de forma que alguno de sus poemas se percibe como repetitivo y con un exceso de fuerza. Además, su concepción de Andalucía, pese a lo poético, puede, o tiende y se queda atrapada en un estereotipo doloroso y limitado.
En el lado contrario, cuando Lorca se aleja de los lugares de referencia como el que ve el "Poeta en Nueva York", su estilo se vuelve fragmentario y más difícil de accesibilidad para con los lectores, y por esto la voz poética resulta rara, singular, hasta el extremo de sincerar una desgracia y una apremiante condición del tiempo del poeta y de su mundo. La poesía de este autor es intensa, importante, a pesar del viejo afán de reflexionar en torno a los límites de su propia concepción.