La comunicación digital se ve interrumpida en primer lugar por la falta de acceso a dispositivos tecnológicos y servicios de Internet, afectando principalmente a personas que viven en zonas rurales o que no cuentan con los recursos económicos suficientes. Esta limitación impide la participación en actividades virtuales esenciales como la educación en línea, el trabajo remoto o la interacción social mediante videollamadas y redes sociales, dejando a muchos completamente desconectados de los espacios donde hoy en día se desarrollan la mayoría de las interacciones humanas.

Además del acceso, otro obstáculo importante es la falta de habilidades digitales. Incluso cuando las personas cuentan con los dispositivos, no siempre saben utilizarlos correctamente, lo que limita su capacidad de comunicarse, estudiar o trabajar en entornos digitales. Este problema es especialmente común en adultos mayores, personas con bajo nivel educativo o en situación de pobreza extrema. A ello se suma el uso limitado de la tecnología con fines exclusivamente recreativos, desaprovechando así su potencial educativo, laboral y social.

Finalmente, durante situaciones críticas como la pandemia, estas interrupciones se hicieron aún más evidentes. Muchos estudiantes no pudieron seguir sus estudios virtuales por falta de recursos o preparación, afectando su futuro laboral. Del mismo modo, trabajadores que no lograron adaptarse al teletrabajo perdieron competitividad en el mercado. Estas dificultades generan un círculo de desigualdad y aislamiento social que afecta tanto a los individuos como al conjunto de la sociedad.