En una ocasión, tuve que decidir si aceptar o no la presidencia de mi paralelo en la universidad. Al principio me sentí inseguro, porque era una gran responsabilidad y no sabía si estaba preparado. Sin embargo, luego de analizar los beneficios (como representar a mis compañeros, aprender a comunicarme mejor y fortalecer mi liderazgo) y también los retos (como el tiempo, la organización y la presión), decidí aceptar. Fue una decisión que impactó de forma positiva, porque me ayudó a crecer personal y académicamente.
En cuanto a mi estilo, creo que combino ambas formas de decidir, pero me inclino más por el análisis. Me gusta pensar en las consecuencias, comparar opciones y tratar de prever posibles resultados. Aunque también escucho mi intuición, sobre todo cuando algo “no me da buena espina”, siempre intento confirmar esa sensación con razones claras.
Lo que aprendí es que no siempre hay una decisión perfecta, pero si uno toma un momento para reflexionar, escuchar a otros y también confiar en uno mismo, se pueden tomar decisiones más conscientes. Este equilibrio entre pensar y sentir puede ayudar a muchos a elegir mejor en momentos importantes.