Su importancia radica en que no solo transmiten conocimientos, sino que también generan espacios seguros y afectivos donde los niños pueden explorar, aprender y desarrollar habilidades cognitivas, emocionales, sociales y físicas. Los docentes, por ejemplo, planifican experiencias educativas significativas que promueven la curiosidad, la autonomía y el pensamiento crítico. Las familias, como primeros educadores, aportan valores, contención emocional y hábitos que influyen directamente en la autoestima y el bienestar de los niños.