Resumen del artículo:
El perfil lipídico es una herramienta fundamental en la evaluación del riesgo cardiovascular, ya que permite medir los niveles de colesterol total, colesterol HDL (conocido como “colesterol bueno”), colesterol LDL (“colesterol malo”) y triglicéridos. Entre los factores que afectan directamente estos valores, la alimentación ocupa un lugar central.
El artículo destaca que una dieta rica en azúcares simples y grasas saturadas o trans —presentes en alimentos ultraprocesados, frituras, snacks, embutidos, bollería industrial y bebidas azucaradas— favorece el aumento del colesterol LDL y los triglicéridos, dos componentes que se asocian directamente con la progresión de enfermedades cardiovasculares. Además, una ingesta elevada de calorías, sin un gasto energético adecuado, promueve el sobrepeso y la obesidad, lo que agrava aún más el perfil lipídico.
En contraste, se señala que una dieta equilibrada, con alto contenido en frutas, verduras, legumbres, cereales integrales y fuentes de grasas insaturadas como el aceite de oliva, aguacate, nueces y pescados grasos (ricos en omega-3), puede mejorar significativamente los niveles de lípidos en sangre. En especial, el consumo de fibra soluble (presente en avena, manzana, linaza, etc.) ayuda a disminuir el colesterol LDL. También se menciona la importancia de una correcta hidratación y de evitar el consumo excesivo de alcohol.
En el estudio presentado, se observó que los pacientes que siguieron un programa de ejercicio físico y mantuvieron su alimentación sin cambios negativos lograron reducir significativamente sus triglicéridos. Esto demuestra que la dieta no solo previene la dislipidemia, sino que también puede revertir alteraciones ya instaladas. La alimentación, junto con el ejercicio, se posiciona así como una estrategia terapéutica eficaz y accesible para mejorar la salud metabólica y prevenir complicaciones cardiovasculares.