El estudio analizó los efectos de un programa de ejercicio físico de seis meses en personas con obesidad mórbida, enfocándose en cómo estas actividades influyen en el perfil lipídico, el peso corporal y la salud cardiovascular. Se formaron dos grupos: uno con alta adherencia al programa (asistencia ≥ 80%) y otro con baja adherencia. Se evaluaron parámetros como peso, índice de masa corporal, grasa abdominal que refiere al contorno de cintura, glucosa en ayunas, presión arterial y lípidos en sangre (colesterol total, HDL, LDL y triglicéridos).
Los resultados mostraron que los participantes constantes lograron reducciones significativas en el peso corporal, IMC, grasa abdominal, niveles de triglicéridos y glucemia. Además, mejoraron su resistencia cardiovascular. Sin embargo, es importante destacar que no se modificó la dieta de los participantes, por lo que estos cambios ocurrieron únicamente gracias al ejercicio.
Ahora bien, si bien el ejercicio mostró efectos positivos, la alimentación cumple un rol fundamental en el equilibrio del perfil lipídico. Una dieta adecuada no solo puede potenciar los efectos del ejercicio, sino que es clave para mantener bajo control los niveles de triglicéridos y colesterol. Por ejemplo, reducir el consumo de grasas saturadas, mismas que están presentes en embutidos, frituras o productos ultra procesados, aumentar la ingesta de ácidos grasos saludables como los del pescado, nueces o aguacate y consumir alimentos ricos en fibra, tales como frutas, verduras y cereales integrales, ayuda a regular los lípidos en sangre de forma más efectiva.
Este equilibrio entre dieta y ejercicio es especialmente importante en personas con obesidad, ya que un mal perfil lipídico incrementa el riesgo de enfermedades cardiovasculares, diabetes y complicaciones en cirugías como la bariátrica. Por ello, una alimentación balanceada, guiada por profesionales de la nutrición, es indispensable para sostener a largo plazo los beneficios obtenidos con la actividad física.