Sí, es totalmente posible y deseable aplicar la literatura infantil en educación inicial desde edades muy tempranas, incluso desde los primeros meses de vida. La literatura no solo es aplicable, sino fundamental para el desarrollo del lenguaje, la imaginación, la inteligencia emocional y las habilidades sociales en los niños. Desde los bebés hasta los 5 años, existen múltiples formatos adaptados: libros blandos, libros con texturas, libros álbum, cuentos breves y poesía rimada, todos pensados para cada etapa evolutiva.
- Rincón de lectura permanente: Crear un espacio en el aula con libros al alcance de los niños, con cojines, alfombra y mobiliario bajo para que ellos exploren libremente.
- Lectura diaria en voz alta: Integrar un momento fijo de lectura cada día. Por ejemplo, antes del descanso o como actividad de cierre de la jornada.
- Títeres y dramatizaciones: A partir de cuentos leídos, representar historias con títeres, teatro de sombras o juego dramático, para favorecer la expresión corporal y oral.
- Cuentos móviles o en secuencia: Usar tarjetas con imágenes que narran una historia en orden, para trabajar la comprensión, la memoria y el orden temporal.
- Literatura vinculada con otras áreas: A partir de un cuento, desarrollar actividades plásticas (dibujar al personaje), musicales (cantar sobre lo que ocurrió) o científicas (explorar la lluvia luego de leer un cuento sobre el clima).
¿Ha podido evidenciar la aplicación de libros en educación inicial?
Sí, he podido evidenciarlo en experiencias de prácticas educativas en jardines de infantes y también en el ámbito familiar. Una experiencia significativa fue en una sala de 3 años, donde diariamente se leía un cuento corto antes de la merienda. Los niños no solo esperaban con entusiasmo ese momento, sino que muchos empezaban a memorizar frases y a “leer” las imágenes de forma autónoma.
Sugerencia que hubiera implementado:
Aunque la actividad era positiva, creo que se podría haber fortalecido con la rotación de libros semanales y la participación de las familias, por ejemplo, invitando a un adulto cada semana a leer un cuento en la sala o a compartir un libro favorito desde casa.
Si no hubiera tenido la oportunidad de evidenciarlo, me hubiera gustado implementarlo en un escenario de prácticas docentes, especialmente en el momento de recepción de los niños, donde leer un cuento en voz baja y con afecto puede marcar una diferencia emocional y facilitar la adaptación al ambiente escolar.
La literatura infantil no es solo una herramienta educativa, sino una experiencia de vínculo, juego, descubrimiento y disfrute. Aplicarla desde la primera infancia no solo es posible, sino necesario para formar lectores sensibles, críticos y creativos.