El impacto del clima en la vida humana no solo es físico, sino también social y económico. Por ejemplo, en regiones agrícolas, una sequía prolongada puede provocar no solo la pérdida de cosechas, sino también el desplazamiento de comunidades enteras, aumentando los niveles de pobreza y migración forzada. En zonas urbanas, las olas de calor extremo ponen a prueba los sistemas de salud pública, especialmente entre las poblaciones vulnerables como los adultos mayores. Este panorama nos obliga a pensar en el diseño de ciudades más sostenibles y resistentes, con mayor cobertura vegetal, infraestructura verde y planificación territorial inteligente. Comprender el clima como un factor transversal nos permite anticiparnos a sus efectos y actuar de forma preventiva, en lugar de solo reaccionar ante emergencias.