Este enfoque integral de la evaluación invita a repensar el rol del docente como facilitador del aprendizaje y no solo como evaluador. Al promover la reflexión y la autoconciencia en los estudiantes, se fomenta el desarrollo de la metacognición, una habilidad esencial para el aprendizaje autónomo y permanente. Además, al considerar competencias en su totalidad y no fragmentadas, se favorece una educación más holística que conecta el conocimiento con la realidad y los valores, preparando mejor a los estudiantes para enfrentar desafíos complejos y cambiantes en su vida personal y profesional. Por tanto, implementar este tipo de evaluación requiere también una formación docente continua que permita diseñar y aplicar instrumentos que realmente reflejen esta visión integradora.