El aprendizaje de la matemática, como el de cualquier otra disciplina, no es un proceso puramente racional. Las emociones juegan un papel fundamental en cómo los estudiantes se enfrentan a los retos matemáticos, interpretan los resultados y perseveran ante las dificultades. Según estudios recientes de la neuroeducación (Immordino-Yang & Damasio, 2007), las emociones no solo acompañan al pensamiento, sino que son indispensables para el razonamiento complejo, la toma de decisiones y la motivación.
En el caso específico de la matemática, muchas emociones negativas como la ansiedad, el miedo al error o la frustración pueden inhibir el aprendizaje, limitar la participación activa y generar rechazo hacia la asignatura. Por el contrario, emociones positivas como la curiosidad, la satisfacción por resolver un problema o el reconocimiento del esfuerzo pueden fomentar la persistencia, mejorar la autopercepción y contribuir a una comprensión más profunda de los conceptos.
Investigaciones como las de Hannula (2006) y Di Martino & Zan (2011) han demostrado que las actitudes emocionales hacia las matemáticas están fuertemente influenciadas por las experiencias previas y por el entorno social, incluyendo al profesorado. Por tanto, el rol del docente es clave para crear un ambiente emocionalmente seguro, donde el error se vea como parte del aprendizaje y donde se valore el proceso tanto como el resultado.
Bibliografía:
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Immordino-Yang, M. H., & Damasio, A. (2007). We feel, therefore we learn: The relevance of affective and social neuroscience to education. Mind, Brain, and Education, 1(1), 3–10.
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Hannula, M. S. (2006). Motivation in mathematics: Goals reflected in emotions. Educational Studies in Mathematics, 63(2), 165–178.