Vivir no es simplemente existir; es experimentar, crecer y disfrutar de todo lo que la vida tiene para ofrecer.
Muchas personas se ven atrapadas en una rutina de supervivencia, tratando de sobrevivir en lugar de vivir plenamente. Sin embargo, hay un camino para liberarse de esta mentalidad y comenzar a vivir una vida significativa y enriquecedora.
Algunos pueden argumentar que vivir bien se trata de lograr grandes cosas, construir y crear, mientras que otros encuentran satisfacción en el impacto que han tenido en el mundo o en la calidad de las relaciones que han fomentado dentro de sus familias.
Parece entonces que hay dos escuelas de pensamiento sobre cómo vivir una vida libre de remordimientos por haberla desperdiciado.
Por un lado, está la interpretación de vivir bien como encontrar alegría en lo que la vida tiene para ofrecer: surfear, viajar, saborear comidas deliciosas y apreciar la buena compañía. La medida de su satisfacción radica en su felicidad. Para mí, tomando esta escuela de vida, he encontrado mi respuesta en la forma en que me río, ese tipo de risa que emana desde lo más profundo de mi vientre. Más allá de la risa, estas experiencias pueden ser tan simples como participar en una presentación de baile, asistir a ver una película con amigos o familia, o incluso conversar tranquilamente en casa. Estos momentos, para mí, personifican cómo aprovechar lo que ofrece la vida.
La segunda escuela de pensamiento valida una vida bien empleada al medir las contribuciones que uno ha hecho al mundo, ya sea a través de invenciones, enseñanza o el liderazgo de una nación. Se define por la medida en que uno ha hecho la diferencia para dejar un mundo en mejores condiciones que aquel al que llegó.
Muchas personas se ven atrapadas en una rutina de supervivencia, tratando de sobrevivir en lugar de vivir plenamente. Sin embargo, hay un camino para liberarse de esta mentalidad y comenzar a vivir una vida significativa y enriquecedora.
Algunos pueden argumentar que vivir bien se trata de lograr grandes cosas, construir y crear, mientras que otros encuentran satisfacción en el impacto que han tenido en el mundo o en la calidad de las relaciones que han fomentado dentro de sus familias.
Parece entonces que hay dos escuelas de pensamiento sobre cómo vivir una vida libre de remordimientos por haberla desperdiciado.
Por un lado, está la interpretación de vivir bien como encontrar alegría en lo que la vida tiene para ofrecer: surfear, viajar, saborear comidas deliciosas y apreciar la buena compañía. La medida de su satisfacción radica en su felicidad. Para mí, tomando esta escuela de vida, he encontrado mi respuesta en la forma en que me río, ese tipo de risa que emana desde lo más profundo de mi vientre. Más allá de la risa, estas experiencias pueden ser tan simples como participar en una presentación de baile, asistir a ver una película con amigos o familia, o incluso conversar tranquilamente en casa. Estos momentos, para mí, personifican cómo aprovechar lo que ofrece la vida.
La segunda escuela de pensamiento valida una vida bien empleada al medir las contribuciones que uno ha hecho al mundo, ya sea a través de invenciones, enseñanza o el liderazgo de una nación. Se define por la medida en que uno ha hecho la diferencia para dejar un mundo en mejores condiciones que aquel al que llegó.