De los cuatro principios del principialismo, el que más me llamó la atención fue el de la AUTONOMÍA, ya que pone en primer plano la capacidad del individuo para tomar decisiones por sí mismo, basadas en sus propios valores, creencias y criterios personales. Como tal este principio no solo implica la libertad de decidir, sino también la obligación del profesional de brindar toda la información necesaria de forma clara, completa y comprensible, para que esa decisión sea verdaderamente informada.
Me intriga como existen ocasiones en la que este principio suele
entrar en tensión con el de beneficencia, que busca hacer el mayor bien posible
para el paciente. Un ejemplo claro se da en el caso de los
testigos de Jehová, (me intriga ya que mis papis pertenecen a esa religión), estos individuos por razones religiosas rechazan las transfusiones
de sangre, incluso si estas pueden salvar sus vidas. Desde la beneficencia, el
profesional podría querer imponer el tratamiento, pero la autonomía exige
respetar esa decisión, por más difícil que sea. Este tipo de situaciones
muestran lo complejo, pero también lo valioso de este principio, ya que abre el
camino para decisiones conscientes, informadas y fieles a la identidad del
paciente.
Como tal elegí este principio porque considero que promueve el respeto
profundo por la persona y sus derechos, incluso en circunstancias en las que el
profesional cree tener la mejor solución o tiene ideas para sostener otra solución o alternativa y sin
embargo el paciente, no está de acuerdo. La autonomía nos
recuerda que acompañar no es imponer, y que nuestra labor también implica
confiar en la capacidad del otro para decidir sobre su propio cuerpo y su vida.