La civilización moderna debe afrontar el caso de los sentineleses con un profundo respeto por su decisión de permanecer aislados. Los sentineleses, habitantes de la isla Sentinel del Norte en el archipiélago de Andamán, India, son una de las últimas comunidades no contactadas del mundo. Las experiencias recogidas en diversos documentales y reportajes muestran que los intentos de contacto con ellos han sido consistentemente rechazados, muchas veces con violencia. Esta reticencia se explica por siglos de aislamiento, experiencias traumáticas con forasteros incluyendo secuestros, enfermedades y explotación y una clara voluntad de mantener su forma de vida intacta. A lo largo de los años, algunos contactos, como los realizados por el antropólogo Triloknath Pandit, intentaron establecer una relación pacífica mediante el ofrecimiento de regalos. Sin embargo, incluso los acercamientos más respetuosos fueron recibidos con cautela o rechazo. En otros casos, como el del misionero estadounidense John Allen Chau en 2018, el resultado fue trágico: Chau fue asesinado por los isleños luego de ingresar ilegalmente a su territorio con el fin de evangelizarlos. Este suceso dejó en evidencia no solo la decisión firme de los sentineleses de mantenerse aislados, sino también los peligros de imponer valores externos a una comunidad que no los comparte. Las leyes que prohíben acercarse a la isla están justificadas por razones éticas, sanitarias y de seguridad. Los sentineleses carecen de inmunidad frente a enfermedades comunes para nosotros, lo que hace cualquier contacto potencialmente mortal para ellos. Además, su cultura, al estar completamente al margen de la globalización, debe ser protegida como parte del patrimonio de la humanidad. Por ello, quienes violan estas leyes no solo ponen en riesgo su vida, sino también la existencia de un pueblo entero. En este sentido, sí considero que quienes se acercan ilegalmente deben ser sancionados. No necesariamente por sus muertes, que en muchos casos son el resultado de su propia imprudencia, sino por poner en peligro una civilización vulnerable, debemos respetar el aislamiento de los sentineleses. No necesitan nuestra protección ni nuestra intervención, sino nuestro respeto. Su decisión de vivir alejados del mundo moderno es válida y debe ser preservada, incluso si va en contra de nuestros impulsos coloniales o evangelizadores. La verdadera civilización no impone: comprende y protege.
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