Desde mi argumentación los exámenes, aunque ampliamente utilizados, no siempre miden con precisión lo que una persona ha aprendido. Su principal limitación radica en que evalúan principalmente la memoria a corto plazo y la capacidad de responder bajo presión, más que la comprensión profunda o la aplicación práctica del conocimiento. Además, muchas veces se enfocan en contenidos específicos y formatos rígidos, dejando fuera habilidades importantes como el pensamiento crítico, la creatividad o el trabajo colaborativo. El estrés que generan puede también afectar el desempeño, especialmente en estudiantes que dominan los temas pero no manejan bien la ansiedad. Por otro lado, hay aprendizajes significativos que se manifiestan en la práctica, la resolución de problemas reales o el desarrollo de actitudes, aspectos que los exámenes tradicionales rara vez capturan. Por ello, si bien los exámenes pueden ser una herramienta útil dentro de un sistema de evaluación más amplio, no deberían ser el único medio para medir el aprendizaje.