Al revisar los fundamentos teóricos desde las distintas corrientes éticas, experimenté varios conflictos personales. Me resultó difícil aceptar que una propuesta con una intención aparentemente positiva, como ayudar a las personas a enfrentar y sanar sus traumas, pudiera ser éticamente cuestionable desde múltiples enfoques. Esta contradicción me hizo reflexionar sobre lo complejo que puede ser juzgar una acción como “buena” solo por su propósito. Sentí incomodidad al reconocer que un tratamiento, aunque sea presentado como terapéutico, puede convertirse en una fuente de daño si no se fundamenta en principios sólidos como la dignidad, el respeto y el cuidado genuino hacia el paciente. Esto me llevó a entender que el deseo de ayudar no es suficiente por sí solo; es imprescindible actuar desde una base ética clara, con responsabilidad y sensibilidad. Además, este análisis me mostró que la ética no brinda siempre respuestas absolutas, sino que exige una evaluación crítica constante, apertura al diálogo y un compromiso personal con los valores que consideramos fundamentales en nuestra práctica y en nuestra vida.