Cuando una persona vive este tipo de control en su relación, comienza a experimentar una profunda pérdida de autonomía. Poco a poco, su autoestima se deteriora, ya que constantemente se le hace sentir insuficiente o equivocada. Vive con miedo, ansiedad y una sensación permanente de estar bajo vigilancia. Esto genera un estado de tensión constante, donde cada decisión se ve influida por el temor a la reacción de la otra persona.

Con el tiempo, empieza a dudar de su propio juicio y de sus capacidades, lo que la lleva a depender emocionalmente de su pareja. Muchas veces se aísla de sus seres queridos, ya sea porque su pareja lo exige o porque se siente incapaz de hablar sobre lo que está viviendo. Esta persona puede sentirse sola, atrapada, avergonzada y culpable, incluso por cosas que no están bajo su control. La confusión emocional se convierte en algo cotidiano, y es común que llegue a normalizar la situación o a creer que no merece algo mejor. Todo esto provoca un desgaste emocional profundo, que puede derivar en depresión, ansiedad y una pérdida de sentido personal.