Creo firmemente que las instituciones educativas tienen una responsabilidad directa y profunda en la prevención y atención del acoso hacia los docentes. No se puede hablar de calidad educativa si no se garantiza un entorno seguro y respetuoso para quienes enseñan. El docente no solo es un transmisor de conocimientos, es también un ser humano que siente, que se agota, que se desmotiva cuando es víctima de violencia.

Muchas veces se habla del acoso entre estudiantes, pero poco se visibiliza cuando quienes sufren son los propios maestros. Y duele ver cómo se normaliza, se calla o se minimiza lo que pasa en los pasillos, en las salas de profesores o incluso en los grupos de WhatsApp con padres. Las instituciones deben dejar de mirar a otro lado.

Se necesitan medidas claras y reales: protocolos de acción, canales de denuncia seguros y confidenciales, apoyo psicológico, y sobre todo, consecuencias reales para quienes agreden. También es clave formar a toda la comunidad educativa en valores como el respeto, la empatía y el trabajo en equipo.

Proteger al docente no es solo cuidarlo a él o a ella; es cuidar el corazón mismo del proceso educativo. Si el maestro se siente maltratado, silenciado o desprotegido, ¿cómo puede inspirar a sus estudiantes? Las instituciones tienen el deber de ponerse del lado del respeto, siempre.