La ciencia puede abordarse desde dos perspectivas que se complementan entre sí: como proceso y como producto. En primer lugar, entender la ciencia como proceso implica reconocerla como una forma de construir conocimiento. Este conocimiento debe generarse a través de una secuencia de pasos, utilizando métodos y estrategias que lo hagan verificable, objetivo y repetible. Por ello, la ciencia es una práctica en constante evolución, flexible y sujeta a revisión continua, este enfoque también estimula el pensamiento crítico y una actitud investigativa, ya que involucra actividades como observar, formular hipótesis, experimentar, analizar resultados y comprobarlos.
En cambio, cuando hablamos de ciencia como producto, nos referimos al resultado final de todo ese proceso. Este se refleja en leyes, teorías, modelos y aplicaciones que representan el saber científico validado, dicho conocimiento puede utilizarse para enseñar, aplicar, comunicar y seguir transformándose, ya que no es definitivo y puede mejorarse con nuevos descubrimientos y avances.