Esta influencia en la educación es más profunda de lo que parece. La forma en que vestimos —y cómo percibimos a otros por su vestimenta— puede afectar nuestras relaciones, la manera en que aprendemos e incluso el trato que recibimos dentro del aula.

Por ejemplo, un estudiante que se viste de forma muy alternativa o informal puede ser visto como alguien desinteresado o con poco compromiso, aunque en realidad sea brillante. Por otro lado, alguien que viste más formal o "limpio" puede ser considerado responsable y respetuoso, aunque su comportamiento diga lo contrario. Lo mismo ocurre con los profesores: uno que lleva traje puede imponer más autoridad o respeto desde el inicio, aunque no necesariamente sea el más empático o preparado.