El curtido vegetal, aunque considerado una alternativa más sostenible al proceso tradicional con cromo, presenta diversas limitaciones que afectan su viabilidad industrial. En términos de eficiencia, este método no logra estabilizar el colágeno con la misma eficacia que el curtido al cromo, lo que reduce la durabilidad del cuero (Hassan et al., 2023). Además, afecta propiedades funcionales importantes como la flexibilidad, suavidad, teñibilidad y características organolépticas, haciendo que el cuero vegetal sea menos competitivo en aplicaciones comerciales exigentes. Desde el punto de vista económico y operativo, el curtido vegetal representa un proceso más costoso y prolongado. Los insumos vegetales y el tiempo requerido encarecen la producción, y su implementación masiva resulta poco rentable. A esto se suma un elevado consumo de recursos: se estima que este método puede requerir hasta cuatro veces más agua que el curtido al cromo. Mecánicamente, el cuero resultante es más rígido y menos moldeable, lo que limita su uso en productos que demandan alta flexibilidad como calzado o prendas. En el ámbito ambiental, aunque se emplean compuestos naturales como taninos vegetales, estos presentan baja biodegradabilidad y pueden generar efluentes tóxicos. Se ha comprobado que concentraciones tan bajas como 15 mg/L pueden ser letales para peces, y niveles mayores afectan los procesos biológicos de tratamiento de aguas residuales. Finalmente, los taninos muestran una penetración superficial limitada debido a su baja solubilidad en agua, dificultando un curtido uniforme en pieles más gruesas. Estas limitaciones técnicas, económicas y ambientales dificultan la sustitución del curtido al cromo por el vegetal.
Referencia: Hassan, M.M. et al. (2023). Green Chemistry, 25, 7441–7469.