El avance de la inteligencia artificial en el ámbito educativo, como se observa en el caso de China, está transformando profundamente la manera en que los estudiantes aprenden y los docentes enseñan. Gracias a sistemas inteligentes, es posible adaptar el contenido a las necesidades individuales de cada alumno, optimizando su progreso y mejorando los resultados académicos. No obstante, esta innovación también suscita preocupaciones legítimas en torno a la privacidad, la vigilancia constante y el impacto emocional que puede tener en los estudiantes. Nos enfrentamos a un dilema contemporáneo: cómo aprovechar el poder de la tecnología sin sacrificar los principios fundamentales de libertad, dignidad y protección de datos personales. 

La inteligencia artificial debe ser una herramienta para empoderar a las personas, fomentar su desarrollo y ampliar sus horizontes, no un medio para restringir su autonomía ni imponer control.