Una mujer de 34 años, con antecedentes de esquizofrenia paranoide y un traumatismo craneoencefálico previo, fue ingresada en un hospital psiquiátrico tras un brote psicótico grave. Durante los primeros días, presentaba síntomas clásicos: delirios de persecución, alucinaciones auditivas y una fuerte desconfianza hacia su entorno. Sin embargo, con el paso de las horas, los profesionales notaron que su paranoia no era genérica, sino que se centraba obsesivamente en una única figura del pasado: un hombre que, según ella, había abusado de ella años atrás.
Lo más alarmante fue que afirmaba que este sujeto se encontraba dentro del hospital, disfrazado de diferentes personas: enfermeros, médicos, pacientes, e incluso su propia madre. Cada rostro nuevo que veía, lo interpretaba como otra máscara usada por su agresor. No importaba la edad, género o rol: para ella, todos eran él. Este patrón delirante correspondía al síndrome de Fregoli, un trastorno raro pero severo, en el que el paciente cree que múltiples personas son, en realidad, un solo individuo que cambia de apariencia para seguirlo o hacerle daño.
Su estado mental se deterioró rápidamente. Comenzó a rechazar la comida, pensando que estaba envenenada por su supuesto perseguidor. También desarrolló conductas de vigilancia: escuchaba tras las puertas, inspeccionaba las caras de quienes se le acercaban, y hablaba sola intentando confrontar a su enemigo invisible. En medio de esta espiral delirante, logró ocultar un objeto metálico (se presume que parte de una lámpara rota o pieza de mobiliario), sin que el personal médico lo notara a tiempo.
La tragedia ocurrió una madrugada, alrededor de las 5:45 a.m. Un enfermero ingresó con una bandeja de medicamentos para la ronda habitual. Apenas ella lo vio, lo identificó como su agresor disfrazado. Sin dudarlo, lo atacó violentamente, golpeándolo en la cabeza con el objeto metálico. El impacto fue letal. El enfermero murió en el acto, sin posibilidad de defensa ni auxilio inmediato.
Cuando el equipo acudió tras escuchar el ruido, encontraron a la mujer en estado de aparente calma. No expresó culpa ni sorpresa. Por el contrario, aseguró que había hecho lo correcto: que por fin había eliminado al impostor que la acosaba. Declaró que se sentía “liberada”, y que ahora sí podría dormir tranquila.
La evaluación psiquiátrica posterior confirmó un caso agudo de síndrome de Fregoli, posiblemente agravado por la combinación de esquizofrenia, el daño cerebral preexistente y una experiencia traumática sin resolver. Fue trasladada a un hospital psiquiátrico de máxima seguridad, donde se le aplicó un régimen estricto de vigilancia continua.
Este caso pone en evidencia los riesgos que representa el síndrome de Fregoli cuando no se detecta a tiempo, especialmente en pacientes con antecedentes de trauma y deterioro neurológico. Aunque los actos violentos asociados a este síndrome son poco comunes, su intensidad puede ser devastadora. Se ha convertido en un ejemplo clave en la formación de profesionales de salud mental y medicina legal sobre la necesidad de identificar estos delirios complejos, tomar medidas preventivas, y reforzar la seguridad en entornos psiquiátricos.
Enlace a la publicación científica del caso: