Una decisión importante que tuve que tomar fue cuando me ofrecieron liderar un proyecto universitario en un área que no dominaba del todo: la gestión financiera. Aunque me sentía insegura y pensaba que alguien con más experiencia debía asumir ese rol, acepté el reto. Lo fácil habría sido decir que no y evitar el estrés de fallar, pero decidí salir de mi zona de confort.
En ese momento, no tomé la decisión solo por intuición. Me di un día para analizar la situación, evaluar mis fortalezas y debilidades, y considerar qué tanto podía aprender si aceptaba. También hablé con un docente de confianza, quien me ayudó a ver que no se trataba de ser experta, sino de tener disposición para aprender y coordinar al equipo. Tras ese proceso de reflexión, asumí el liderazgo del proyecto.
Gracias a esa decisión, descubrí que soy capaz de enfrentar desafíos aunque no tenga todas las respuestas desde el inicio. El proyecto fue un éxito, no solo por el resultado final, sino por el crecimiento personal que significó para mí. Aprendí a delegar, a investigar con más profundidad, a organizar tareas y a confiar en mis capacidades.
En cuanto a mi estilo, puedo decir que soy mayormente analítica, pero no ignoro mi intuición. Me gusta considerar los hechos, revisar opciones y proyectar consecuencias. Sin embargo, también escucho cómo me siento con respecto a una decisión. Creo que el equilibrio entre mente y emoción es clave.
Lo que aprendí de esta experiencia es que el miedo a equivocarse no debe frenar nuestro desarrollo. A veces, las mejores oportunidades vienen disfrazadas de incertidumbre. Lo importante es informarse, buscar apoyo cuando sea necesario y atreverse a actuar, incluso cuando no se tiene todo bajo control.