El metabolismo de los lípidos comprende la digestión, absorción, transporte y almacenamiento de las grasas provenientes de la dieta. La mayoría de los lípidos consumidos son triglicéridos, que se descomponen en ácidos grasos y monoglicéridos gracias a la acción de enzimas como la lipasa pancreática y las sales biliares. Estos componentes son absorbidos en el intestino delgado y reensamblados en triglicéridos dentro de los enterocitos, formando quilomicrones que ingresan al sistema linfático y luego a la circulación sanguínea para ser utilizados o almacenados en tejidos como el adiposo y muscular.
La alimentación desempeña un papel crucial en la regulación de los niveles de lípidos en sangre. Consumir grasas saludables, como las monoinsaturadas (presentes en el aceite de oliva) y las poliinsaturadas (en pescados grasos y frutos secos), contribuye a mantener niveles óptimos de colesterol HDL ("bueno") y reducir el LDL ("malo"). Por otro lado, una ingesta elevada de grasas saturadas y trans, comunes en productos procesados y fritos, puede elevar el colesterol LDL y aumentar el riesgo de enfermedades cardiovasculares.
Además, la fibra dietética, especialmente la soluble encontrada en alimentos como la avena, zanahorias y brócoli, ayuda a disminuir los niveles de colesterol LDL al interferir con su absorción en el intestino. Limitar el consumo de azúcares y carbohidratos refinados también es esencial, ya que su exceso puede convertirse en triglicéridos, elevando los niveles de lípidos en sangre y contribuyendo al desarrollo de resistencia a la insulina.
En resumen, una dieta equilibrada que priorice grasas saludables incluya suficiente fibra y limite las grasas saturadas, trans y azúcares refinados es fundamental para el mantenimiento de niveles adecuados de lípidos y la prevención de enfermedades metabólicas y cardiovasculares.
BIBLIOGRAFÍA
24.3: Metabolismo de los lípidos - LibreTexts Español