En el marco de una educación orientada al desarrollo pleno del ser humano, la planificación de la evaluación no puede limitarse a la comprobación de contenidos conceptuales. Es necesario diseñar procesos que reconozcan y valoren todas las dimensiones del aprendizaje: la cognitiva, la emocional, la social y la actitudinal. Solo así se contribuye a la formación de individuos competentes, críticos y conscientes de su rol en la sociedad.
Una planificación evaluativa integral permite que el docente articule estrategias diversificadas —como rúbricas, autoevaluaciones, proyectos colaborativos o diarios reflexivos— que respondan no solo a lo que el estudiante sabe, sino también a cómo lo aplica, cómo se relaciona con los demás y cómo gestiona sus emociones durante el aprendizaje. Esto es particularmente importante en contextos educativos que buscan formar ciudadanos comprometidos y éticos, no solo estudiantes exitosos en pruebas estandarizadas.
Tal como afirman Zabala y Arnau (2007), “la evaluación debe trascender la medición de conocimientos para abarcar dimensiones cognitivas, emocionales, sociales y éticas del estudiante” (p. 92), lo que implica que su planificación debe ser amplia, coherente y alineada con este propósito formativo.
Referencias bibliográficas:
Zabala, A., & Arnau, L. (2007). 11 ideas clave. Cómo aprender y enseñar competencias. Editorial Graó.