El examen clínico traumatológico es una de las herramientas fundamentales en la valoración fisioterapéutica de pacientes con lesiones del sistema musculoesquelético. Su objetivo principal es identificar de forma precisa el tipo de lesión, su localización, su gravedad y las estructuras afectadas. Este proceso debe realizarse de forma sistemática y rigurosa, comenzando por una anamnesis detallada que permita conocer el mecanismo de la lesión, la cronología de los síntomas, antecedentes de traumatismos previos, nivel de actividad física, ocupación del paciente y otros factores contextuales que puedan influir en la evolución del cuadro clínico. Una correcta recolección de estos datos ayuda a orientar la evaluación física y a formular hipótesis diagnósticas más precisas.
Una vez completada la anamnesis, el fisioterapeuta procede al examen físico, el cual se divide generalmente en inspección, palpación, evaluación del rango de movimiento, pruebas funcionales, pruebas especiales y análisis de la marcha o de patrones de movimiento si es necesario. La inspección permite identificar signos visibles como hinchazón, hematomas, asimetrías o deformidades. La palpación, por su parte, se enfoca en localizar puntos dolorosos, evaluar el tono muscular, temperatura y continuidad de estructuras óseas. La evaluación del rango articular, tanto activo como pasivo, permite determinar limitaciones funcionales o rigideces. Las pruebas especiales son maniobras clínicas diseñadas para confirmar o descartar lesiones específicas, como por ejemplo el test de Lachman para lesiones del ligamento cruzado anterior o el test de Neer para patología del manguito rotador.
El análisis de la marcha es un procedimiento clínico mediante el cual se evalúan los patrones de locomoción del paciente con el fin de identificar alteraciones biomecánicas, compensaciones musculares o limitaciones funcionales que puedan estar relacionadas con una lesión traumatológica o una disfunción del aparato locomotor. Este análisis se realiza observando al paciente mientras camina en un entorno controlado, prestando atención a parámetros como la longitud del paso, la cadencia, la simetría, el apoyo del talón, la oscilación del miembro, la postura general y la alineación de las extremidades. Además de la observación visual, pueden emplearse herramientas como plataformas de presión, grabaciones en video, o sistemas de análisis computarizado para obtener datos más precisos. La interpretación de estos elementos permite al fisioterapeuta identificar disfunciones específicas, como cojera, claudicación, marcha antálgica o espástica, y establecer estrategias de tratamiento orientadas a mejorar la eficiencia y seguridad del desplazamiento del paciente.
Además, el examen clínico traumatológico debe ser dinámico y personalizado, considerando las características individuales del paciente y los objetivos funcionales que se buscan alcanzar. No se trata solo de identificar la lesión, sino de entender cómo esta afecta la vida diaria del paciente, su movilidad, su desempeño laboral o deportivo, y su bienestar general. La información obtenida durante el examen clínico debe ser registrada cuidadosamente en la historia clínica, ya que será la base para diseñar el plan de tratamiento fisioterapéutico, establecer metas y monitorear la evolución. Por último, un examen bien realizado también permite detectar signos de alerta que podrían requerir derivación médica, garantizando así la seguridad y calidad del abordaje terapéutico.
BIBLIOGRAFÍA
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Hoppenfeld, S., & Murthy, V. L. (2020). Examen físico en ortopedia (5.ª ed.). Elsevier.