Vengo de una ciudad hermosa, llamativa por sus parques y centros históricos, llamado también “la carita de Dios”, famosa por los grandes conciertos y la amabilidad de la gente. Es la capital de nuestro bello Ecuador, en una estrecha franja de valle rodeada por montañas y dominada por el volcán Pichincha. Puede ser tradicional y cosmopolita al mismo tiempo, con espacios de arte contemporáneo en antiguas casonas coloniales, y jóvenes en patineta pasando junto a procesiones religiosas. Vive entre la niebla de las montañas y el sol intenso de la sierra, entre la tranquilidad de sus parques y el ajetreo del tráfico. Es una ciudad viva, con cicatrices y belleza, donde lo ancestral y lo moderno conviven día a día, al caminar por sus calles empedradas, se mezclan aromas de pan recién horneado, fritada o cevichocho, con los sonidos de vendedores ambulantes y buses que recorren la ciudad con ritmo caótico. Mi adorado y cálido Quito.