Vengo de Lago Agrio, una ciudad rodeada de exuberante vegetación, ríos caudalosos y una biodiversidad que asombra a quienes la visitan. A pesar del calor húmedo característico de la región, la vida aquí transcurre con sencillez y mucho esfuerzo. Nuestra gente es trabajadora, muchos se dedican al comercio, la agricultura y las labores petroleras que han marcado la historia y el desarrollo económico del lugar. En mi ciudad, el respeto por la naturaleza es vital, y no faltan los lugares mágicos como la laguna de Limoncocha o la reserva del Cuyabeno, donde se pueden apreciar aves, monos y delfines rosados. La vida cotidiana está marcada por una mezcla de culturas, donde se encuentran tanto comunidades mestizas como indígenas que conservan sus costumbres ancestrales. Las celebraciones son coloridas, con danzas tradicionales, música autóctona y comidas típicas como el Maito o la yuca con pescado. En cada rincón se respira el orgullo de ser amazónicos, y la solidaridad entre vecinos es una característica que nunca falta. A pesar de los desafíos, Lago Agrio es un lugar que lucha día a día por progresar, sin olvidar sus raíces ni el valor inmenso de su entorno natural. Aquí crecí rodeado de paisajes verdes, tardes llenas de juegos con amigos y anécdotas familiares que hoy forman parte de mi identidad. Vivir en Lago Agrio es aprender a valorar lo simple, a cuidar lo que nos rodea y a soñar con un futuro mejor sin perder el contacto con nuestras tradiciones.