Aunque nací en Madrid, España, me crié en Shell, una parroquia pequeña del cantón Mera, en la provincia de Pastaza. A diferencia de la vida agitada de una ciudad, en Shell todo es más tranquilo, no hay grandes edificios ni centros comerciales, pero hay una cercanía única entre las personas y un ritmo de vida más pausado. Las calles son sencillas, muchas de tierra, rodeadas de casas modestas y niños jugando afuera sin miedo. Aquí aprendí a disfrutar de lo simple: caminar hasta la tienda del barrio, ver cómo los vecinos se saludan con confianza o escuchar las risas en la cancha del parque. Aunque el clima puede ser impredecible, con sol y lluvia en un mismo día, ese contraste es parte del encanto del lugar. En Shell aprendí lo que es comunidad, valores, y a encontrar belleza en la vida cotidiana, lejos del ruido de las grandes ciudades.