La intervención desde el enfoque de la CIF se basa en una visión integral y holística del funcionamiento humano, considerando no solo la enfermedad, sino también el impacto que tiene en la vida diaria de las personas. Esta clasificación, desarrollada por la OMS, se apoya en el modelo biopsicosocial, que integra aspectos biológicos, psicológicos y sociales.
El objetivo de la intervención es mejorar la funcionalidad y calidad de vida de la persona, no solo tratar la patología. Se consideran tres áreas clave: funciones y estructuras corporales, actividad y participación, y factores contextuales (ambientales y personales).
Desde este enfoque, los profesionales valoran limitaciones funcionales y diseñan intervenciones que favorezcan la participación activa del individuo en su entorno. Por ejemplo, en fisioterapia no solo se busca reducir el dolor o mejorar el rango de movimiento, sino también que la persona pueda caminar, trabajar o realizar actividades cotidianas de forma autónoma.
Los factores ambientales (como barreras arquitectónicas o apoyo familiar) y personales (como la motivación o edad) influyen en el proceso de rehabilitación, por lo que se deben tener en cuenta para individualizar el tratamiento.
La CIF promueve una visión centrada en la persona, fomenta la interdisciplinariedad y facilita la comunicación entre profesionales de la salud, educación y servicios sociales. Además, permite establecer metas funcionales, medir progresos y justificar intervenciones de forma clara y estandarizada, este enfoque fortalece la inclusión social y el empoderamiento del paciente.