Título: “La Ley Alina y el miedo patriarcal a que las mujeres sobrevivan: cuando defenderse se vuelve delito”
Fuente: https://lacaderadeeva.com/voces/en-que-consiste-la-ley-alina-por-la-legitima-defensa/13673
Fecha: viernes, 2 de mayo de 2025
Reflexión/ Interpretación:
No me sorprende que la Ley Alina haya desatado tanto ruido. Lo que sí me sorprende —o más bien me indigna— es la naturaleza del rechazo: desinformado, reaccionario, y profundamente misógino.
En lugar de preguntarse qué llevó a la necesidad de una ley como esta, ciertos sectores —principalmente hombres y grupos conservadores— han preferido gritar que se les “odia” o que se está generando “terrorismo institucional”. A estas alturas, me parece absurdo tener que aclararlo, pero lo haré: la Ley Alina no busca fomentar el odio, sino poner freno a una violencia histórica, estructural y sistemática contra las mujeres.
Las cifras son brutales. No es retórica, son datos oficiales: en México, cada día, 926 mujeres llaman al 911 por situaciones de violencia. Cada hora, 10 sufren lesiones dolosas. Cada dos minutos, una mujer es víctima de violencia familiar. Y en promedio, 9 mujeres son asesinadas todos los días. ¿De verdad hay que justificar por qué necesitamos una ley que ponga al centro las vidas de las mujeres?
La Ley Alina propone una mirada distinta: una que reconozca que una mujer que vive violencia constante no actúa desde la calma ni desde el privilegio de sentirse segura. Que cuando una mujer toma una decisión desesperada, muchas veces lo hace para sobrevivir. La legítima defensa, entonces, debe ser interpretada considerando el contexto: la historia de abuso, el miedo permanente, los recursos limitados, la ausencia de protección del Estado.
Y no, esto no significa una “licencia para matar”. Significa entender que durante demasiado tiempo los agresores han tenido licencia para violentar, humillar y matar con impunidad.
Lo que más molesta de esta ley, a quienes se oponen, no es su contenido, sino lo que representa: la pérdida de privilegios. Porque eso es lo que realmente ocurre cuando se incorpora la perspectiva de género al derecho penal. Se desmontan estereotipos, se interrumpe el ciclo de revictimización y se visibiliza lo que muchos prefieren seguir negando: que el sistema de justicia no ha sido neutral. Ha sido profundamente patriarcal.
Los carteles que vimos el 25 de abril —“No más leyes hechas para odiar a los hombres”, “La Ley Alina es terrorismo institucional”— son una distorsión grotesca de la realidad. Las leyes durante siglos han sido redactadas, aplicadas y reinterpretadas desde una mirada masculina, muchas veces excluyente. Y hoy que una ley pone al centro la experiencia femenina, gritan que se les ataca. Qué frágil es ese poder cuando se enfrenta con justicia.
Comparar esta legislación con un acto terrorista como el 11M en Madrid no solo es una falta de respeto a las víctimas reales del terrorismo; es una manipulación infame, basada en el miedo, no en argumentos.
Me niego a aceptar que se siga tergiversando el sentido de justicia. La Ley Alina no es una amenaza. Es una respuesta. Es una herramienta que puede significar la diferencia entre la vida y la muerte para muchas mujeres. Es un acto mínimo de reparación frente a siglos de silencio y complicidad institucional.
¿Las mujeres tendrán “licencia para matar”? No. Lo que está ocurriendo es que los hombres violentos están perdiendo esa licencia histórica que sí tuvieron para matar, violar y maltratar con impunidad. Y eso, por supuesto, incomoda. Incomoda porque por fin, estamos empezando a hablar de justicia en serio.